martes, 13 de abril de 2010


Me alucinan las luces de la ciudad, me alucinan tanto las luces que miro desde la ventana del cuarto prestado por una de mis veintiquince tías, me alucinan los gatos afilando sus garras para después perseguir a algún ratón que juega entre las enrredaderas. Me alucina sentir mis pies helados. Me entristece no tener a nadie para decirle que me muero de miedo, que no sé qué hacer, que me ahogo, que necesito un oido.

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